Juego: Outlast.
Género: Survival Horror.
Plataformas: PC.
En la mayoría de películas y videojuegos el sitio lúgubre y terrorífico por excelencia es el cementerio. Tanto que llega a convertirse en cliché del género, perdiendo toda la “gracia” que antaño pudiera tener.
La idea de caminar por entre toneladas de cuerpos sin vida es algo que, parece, suele causar cierto respeto.
En la teoría suena muy bien: estás a oscuras caminando por un laberinto de huesos. Es imposible no sentir miedo, ¿verdad? Bueno, quizás si tienes quince años ese lugar te puede dar miedo. Cuando creces y maduras te das cuenta de que el terror está en sitios mucho más vivos.
En mi caso, pocos lugares me causan más “respeto” que un hospital a oscuras. De hecho, el que más miedo me da es una variante del mismo: un manicomio. No me causa miedo por razones paranormales, sino todo lo contrario: me espanta la gente loca. Pero la de verdad.
Soy una persona que me gusta tener siempre totalmente controlado el comportamiento de los que me rodean. Con controlado me refiero a saber qué es lo que esas personas no harían nunca y qué es lo que podrían llegar a hacer.
Con la gente loca, y con esa definición me estoy refiriendo a estar como una puta cabra, es imposible reconocer un patrón de comportamiento coherente. Y es ese azar lo que me inquieta. Igual es porque soy programador y todo lo que se salga de tener una estructura definida y predecible me ahuyenta. La cuestión es que, como digo, me aterra el simple hecho de entrar en un manicomio. Y estoy hablando de entrar de día, con sus trabajadores al pie del cañón, y con sus cámaras de seguridad funcionando. Ni pensarlo quiero de entrar en una situación descontrolada.
Por todo ello Outlast ya me tenía ganado desde antes de empezar.
Nos ponemos en la piel de Miles, un periodista que decide investigar el Mount Massive, una institución psiquiátrica ya abandonada que, según cuentan los rumores, aún alberga experimentos clandestinos dentro. Miles viaja con cámara en mano para grabar toda evidencia de los posibles actos ilegales que allí se pudieran estar cometiendo.
En el primer momento en que controlamos a nuestro protagonista nos damos cuenta de que se ha puesto un especial interés en dotar de realismo a todo lo que rodea al juego. El manejo del personaje es pesado y lento. Esta vez, y ya era hora, no somos una cámara que va levitando por los pasillos. Somos una persona real de carne y hueso. Y, como tal, nuestro movimiento será realista. Es algo que al principio choca muchísimo pero que después se va sintiendo cada vez más y más natural.
La característica estrella que hace a Outlast despegar a cientos de millas de distancia de la mayoría de juegos de terror indie mediocres es la videocámara.
La videocámara juega un papel fundamental en la historia. Principalmente porque debemos grabar todo lo “extraño” que suceda para poder hacer anotaciones en nuestra libreta (y así entender mejor el argumento), y después porque gracias al modo de visión nocturna será la única forma que tendremos de caminar a oscuras.
Quiero parar aquí para explicar un detalle muy importante. En la inmensa mayoría de juegos de terror que conozco (todos, en realidad), la oscuridad es siempre bastante irreal y nunca absoluta. Quiero decir, en un Silent Hill cualquiera, o en el mismísimo y reciente Amnesia, cuando apagas la linterna o el candil… se ve peor. Pero se sigue viendo. Puedes perfectamente completar el juego sin encender la linterna. Te chocarás, forzarás la vista y la experiencia será molesta, pero se puede jugar.
En Outlast, cuando hay momentos de oscuridad (que son muchos), ésta es absoluta. Es decir, que no ves nada. Por lo que la sensación de vulnerabilidad es increíblemente viva.
Nuestra única herramienta para ver, como ya dije, es la videocámara y su visión nocturna. Pero este sistema tiene varios inconvenientes, el primero es que usarla gasta muchísima batería, así que tenemos que ir recogiendo pilas e ir racionado como buenamente podamos. Siempre teniendo en cuenta, repito, que en la oscuridad no vemos absolutamente nada. No se trata de “voy a pasarlo un rato mal a oscuras y ahorro batería”. Más bien se trata de ser listo y saber moverse durante el tiempo que dispones. Porque pasear sin usar la visión nocturna no es una opción.
El otro inconveniente, y es ahí donde Outlast consigue ponernos los pelos de punta, es que esta visión nocturna deforma moderadamente la realidad. Todo se ve más borroso y el filtro de visión es totalmente verde. Dándole un aspecto aún más tétrico a la situación.
No me equivoco si os digo que la implementación y uso de la videocámara en este juego es una de las mejores decisiones de diseño que probablemente se han hecho nunca en un videojuego de terror.
Pasear a oscuras, con la visión nocturna activada, por al lado de gente loca con la mirada perdida, sin saber si nos van a hacer algo o no (¡ese caótico comportamiento del que hablabla!) es una de las experiencias más aterradoras que un servidor ha podido vivir en un videojuego.
En Outlast no hay lugar para el respiro. Desde que entramos en Mount Massive hasta que vemos los créditos aparecer viviremos una auténtica pesadilla incontrolable que nos hará acelerar el corazón en una cantidad abrumadora de ocasiones.
Conocéis de sobra mi fascinación por el terror, y precisamente por ello sabéis que suelo ser bastante estricto con el tema. Pero en este caso he sido derrotado.
Outlast dura unas cinco horas, a las que fácilmente se le suma una hora más debido a las pausas para respirar que he tenido que hacer. No estoy exagerando cuando digo que no he podido jugar más de cinco minutos seguidos sin tener que pausar el juego.
Outlast es una experiencia increíblemente agotadora. Desasosegante. Es un recorrido que realmente da miedo atravesar y donde se pasa muy mal. Demasiado mal. Al límite de lo que se podría considerar como divertido.
Todo esto se consigue gracias a un manejo excelente de las situaciones por parte de sus creadores, donde se ha sabido colocar al jugador siempre al límite. Haciéndole dudar de todo lo que ve, experimentando peligro donde no tiene por qué haberlo y catapultándolo de frente hacia situaciones que, aunque puedan ser previsibles, siempre consiguen hacer que saltes de la silla.
El juego también tiene sus fallos, claro. Jugablemente se repite un patrón constantemente que al final acaba por vérsele el cartón: te encierran en una zona amplia con un loco que te quiere matar y tienes que conseguir dos o tres objetos. Con la particularidad de que obviamente no puedes luchar y solo te sirve esconderte como una rata debajo de la cama.
En cuanto a transmitir terror, que en realidad es lo importante, no hay nada que objetar. Pero cuando tenemos que repetir la misma situación con leves variantes empezamos a mosquearnos. Por suerte el juego dura lo suficientemente poco como para que en cuanto empezamos a desconfiar… todo cambie. El tramo final, que por cierto se desinfla bastante, da un soplo de aire fresco a la jugabilidad y nos hace olvidar lo anteriormente mencionado.
Gráficamente es impresionante. Tanto que cuesta creer que estemos hablando de una obra indie. Desconozco cuál es el motor usado, pero no tiene nada que envidiar al de los triple A.
La iluminación, el polvo, la suciedad, son pequeños detalles que están fantásticamente bien representados y que desde luego se sitúan como grandes responsables de conseguir trasladar al jugador a esa institución psiquiátrica tan bien construida.
No me voy a andar con rodeos. Outlast es la experiencia más aterradora que se ha hecho nunca en un videojuego. Está a tantas millas de distancia de todo lo existente que realmente da un poco de vértigo ver lo que han conseguido.
Puede que como videojuego, en términos globales, siga por debajo del Dios del género (todos sabemos de quién hablo). Pero en cuanto a transmitir terror, el terror más puro, ese que casi puedes tocar con los dedos y que te hace estremecer, este juego no tiene rival alguno.
A falta de probar el nuevo Amnesia, y temiendo lo peor al no ser hecho por los mismos que el original, Outlast se corona como el rey absoluto del terror psicológico.
No busquéis historia, que no la tiene, ni reflexiones profundas. Aquí encontraréis terror. Únicamente eso. El mejor terror psicológico que se ha hecho nunca en un videojuego (y posiblemente en cualquier otro medio).
Pasarán años hasta que volvamos a ver algo remotamente parecido. Creo que podemos estar contentos con el resultado.